Nadie sabía bien por qué, o mejor dicho quería escribir una novela, ese era el porqué, pero nadie sabía qué efecto motorizador tenía para el chico vivir en el altillo de su maestro, recluido mientras los demás escritores de su generación se paseaban por el mundo vanagloriosos, con la libretita en la mano, tan cristalizadamente escritores; no, el era muy inseguro y poco concentrado como para andar dejando saber que era escritor, y en la soledad se sentía menos que todos. Pero allí también, en esa carcel si nadie alrededor excepto su baja estima, que creía el juicio más justo sobre si mismo, salían las palabras, a duras penas, y hasta a veces paginas enteras que eran muy buenas. Sin embargo, una vez que estaba satisfecho se iba, se ponía a escuchar música, bajaba a caminar por las calles de la ciudad con el objetivo regular de perder el hilo de lo que estaba escribiendo. La no escritura perpetuaba su conformidad y lo hacia un poco menos infeliz. Pero así no iba a completar nunca la obra, siquiera un cuento. Quizas la autoridad que veia en su maestro lo llevara a pensar que comentando sus autocríticas severas en el momento de mayor conformidad, y si éste tenía el buen tino de minimizarlas, entonces cada vez estaría en condiciones de volver al trabajo y continuar con su texto hasta terminarlo.
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