Se trata de una lona que sirve de mostrador de carteras, pareos, pañuelos estampados, collares e infaltables anteojos de sol, con cuatro lazos en los extremos unidos en un puño. A los vendedores, apostados a lo largo de la acera que comunica el puerto con la playa de Barceloneta, jamás se les ocurriría ni por un segundo soltar el nudo. Ofrecen, hacen muecas, venden y rebajan, pero nunca dejan de agitar el lazo cuádruple, en un movimiento que pareciera conservar el biceps y el antebrazo calientes.
En estos casos los canas no "caen", tan sólo se acercan lentamente. De a pasos seguros, y, si se los mira con atención, esbozando una tímida mueca de ternura al ver tantos ilegales dejar a medio concretar ventajosas transacciones.

Cuando las fuerzas del ordenestán a un metro y algo, los vendedores tiran del lazo y los productos caen encerrados como en una trampa de lona. Sin mas las bolsas cuelgan ya de sus hombros en la diaspora fugaz. Hacen un rodeo para confundirse con el turistaje y a los cinco minutos, naturales, regresan y siguen concretando uno de los varios planes que urdieron en la otra orilla del Mediterráneo.


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