Iwatzu Ko

De la cintura las dos piernas musculosas, arqueadas y en tensión lo preparaban para dar el salto. Si a Iwatzu Ko, de cuerpo menudo, lo hubieran desafiado además a una carrera de cien metros con obstáculos, tampoco hubiera vacilado en decir “acepto”. Muy ágil espiaba, con el ojo encerrado en el párpado de su raza, de un mismo vistazo a su rival y al anciano de apellido Bermejo encargado de dar el disparo al aire.
Lo sorpresivo de la disputa estaba claro en ambos nadadores: al borde de la pileta se meneaban en calzoncillos. Los de Ko iban más al tanto de la moda de hoy. Adquisición en los saldos del último año, los portaba con orgullo. Arqueaba la cintura de cuando en cuando mientras calentaba las piernas y con frecuencia también afirmaba las nalgas, las trababa haciendo relucir el músculo bajo la tela gris. Eran músculos de gimnasta. Ko, que no era gimnasta, había alcanzado cierta celebridad gracias a ellos.
El rival en cambio se observaba en este aspecto más bien caído. Flaco, sin carnes suficientes como para pensar en un hombre de temple, por el boliviano Rivero, a priori, ninguno de todos los que estábamos alrededor de la alambrada hubiera dado un centavo. Y así y todo se veía que a él poco le importaba la opinión general pues, sin intención de ocultarlo, se sonreía continuamente.
El anciano de apellido Bermejo, desagradable, allí estaba con su bastón al que se sujetaba autocompasivo. Del pelo lacio y rubio que llevaba a la gomina en su juventud no quedaba, como se suele decir, nada. O casi nada. Igual, todos allí no olvidábamos que la herencia más pesada del tiempo no era la calvicie, ni siquiera la vejez, sino cierto episodio confuso en el que su mujer, al parecer, se fugó con un forastero llevándose a su hija a la edad de diez años. Ahora estaba igual de abandonado que siempre. El viejo Bermejo tenía en la cara la incertidumbre del cauce de un río.
Izó el revolver al cielo y los nadadores reaccionaron llevando las manos a las puntas de los pies. Bermejo bajó el arma. Los nadadores escucharon el disparo y se lanzaron. Nadaron fuerte. El viejo cayó al agua detrás de ellos pero nadie, ni los nadadores ni ninguno de nosotros reparó en él sino hasta que agluien pregunto “¿Y Bermejo ?” luego de que Ko, como se preveía, llegara a la meta cinco segundos antes que Rivero.

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