Daniel Krupa escribe sobre Juan José Becerra (nota publicada en El Planeta Urbano)

La grasa de las capitales
Con sólo un par de meses de diferencia, Juan José Becerra dejó de lado la ficción de su producción literaria para publicar dos libros sobres algunas cuestiones bien argentinas. En un título –que provocó bastante polvareda– se despachó con las santas celebridades que supimos concebir y en el otro abordó el principio, nudo y desenlace de la carne que consumimos todos los días.

Por Daniel Krupa
Miró a Marcelo Tinelli y su troupe. Leyó a Jorge Bucay. Pagó una entrada para ver a “Baby” Etchecopar. Le pidió una entrevista a Alan Faena. Desgrabó a Roberto Giordano. Analizó el discurso público de Mauricio (que es Macri). Se sentó a ver Gran Hermano… Durante el proceso de escritura de Grasa (Ed. Planeta), Juan José Becerra se transformó en un verdadero mártir del periodismo local con el afán principal de deconstruir, y también explicar y explicarse, quiénes son nuestros actuales “talkinheads”.
“Fue como picar piedras”, dice sobre la ardua tarea emprendida: “Cada personaje del sistema de celebridades habla siempre desde una posición de poder. Si se produce alguna discusión es entre ellos. Es decir que la discusión siempre se da adentro del sistema. Los de afuera somos de palo. Siempre me pareció ver en esas escaramuzas mediáticas que los intercambios de sentido son nulos, que nadie dice nada y que siempre son ajustes de cuentas internos. Y si decidí intervenir con un libro fue porque tengo el derecho de hacerlo y porque creo que la cultura del libro tiene muchas cosas que decirle a la cultura de la imagen”, plantea Becerra, nacido en 1965, en Junín, provincia de Buenos Aires, autor de las novelas Santo (1994); Atlántida (2001); y Miles de años (2001).
Bajo el término "grasa", rotuló a buena parte de nuestros “mediáticos”. “Grasa”, una nueva categoría conceptual con la que Becerra logró –a través de una prosa ácida y cautivante–, subrayar aquellas cuestiones en las que relaciona el poder con el saber de nuestra época. Pero… ¿por qué, en general, a las personas con poder no les interesa el saber? “Me hice esa pregunta viendo el show cotidiano de la cultura vulgar”, explica. “Aparecieron algunas ideas para desarrollar en el libro, básicamente la del desinterés que sienten por la cultura letrada los personajes públicos más exitosos. Creo que es una marca de época, en la que me pareció que se daba una combinación casi natural de éxito, vanidad e ignorancia. Pero no creo que mi libro sea del todo un ataque antiburgués. Más bien es una lectura crítica de la burguesía iletrada y de sus representantes más conocidos y poderosos”, dice Becerra, para quien el verdadero título es el subtítulo del libro: Retratos de la vulgaridad argentina.

Casi todos los personajes viviseccionados por Becerra tienen algo en común –además de la grasa, claro: es el fuerte vínculo que los une con la TV. “Es que la televisión produce el milagro y la desgracia de darnos una realidad naturalizada por la imagen. Pero eso no es la realidad: es la televisión. No hay nada que miremos tanto en casa como la pantalla del televisor. Por respeto a esa familiaridad que le tenemos a la tele, estos personajes no pueden hacer cualquier cosa. Si hay un punto de vista que tomé para mi libro es el punto de vista del telespectador. El del telespectador indignado”, explica.

Concluido el libro, da la sensación de que quedaron muchos personajes afuera. “Es cierto… Faltó Gaby Alvarez, ¿no?”, se reprocha a sí mismo Becerra, quien también afirma que ninguno de los retratados se contactó con él para darle las “gracias”. “Eso habla muy bien de ellos”, supone.
::: DE CARNE SOMOS
Con los cortes generados por Grasa todavía frescos, Becerra llevó a las librerías –en una edición bilingue y de alta calidad en imágenes– un nuevo libro: La Vaca. Viaje a la pampa carnívora (Ed. Arty Latino). Un texto divido en tres capítulos que no deja demasiadas dudas sobre el objeto de análisis: “Carne viva”; “Carne cruda” y… “Carne asada”.
Concluidas las lecturas de estos dos ensayos, la duda que nos asalta es si existe alguna vinculación entre la materia grasosa que habita nuestros medios de comunicación y el alto consumo de carne de nosotros, los argentinos. Tal vez… Lo cierto es que tanto Grasa como La Vaca son, cada cual a su manera, libros sobre la Argentina. Uno es un ensayo sobre la cultura actual; el otro sobre una de sus tradiciones más celebradas: la de comer carne. “En el carnívoro argentino tal vez esté presente el recuerdo de una cultura caníbal”, apunta Becerra.
“Tardé veinte días en escribirlo. Lo hice para presentarlo al ‘Concurso Sent Soví’ que organiza la Universidad de Barcelona, donde el libro fue uno de los dos finalistas, es decir el perdedor. Era de género libre y ganó una novela de un español acerca de una persona obesa. Eso fue en 2005. Pero hay que asociar la escritura de este libro con capas geológicas de pensamiento incidental sobre el animal, que no tengo dudas de que comenzó en 1972, cuando escribí mi primera composición sobre la vaca en la escuela. Nací en la pampa húmeda y la vaca siempre formó parte de mi paisaje cotidiano. La imagen que daba me parecía la de una naturaleza muerta. Por lo tanto, se puede decir que el campo argentino es menos el espacio vital de la vaca que su patíbulo. Directamente nacen muertas. Ese interés luego se trasladó a la literatura argentina, donde la vaca está muy presente aunque con menciones muy discretas. Un día hice una lista mental de los autores que mencionaban a la vaca y anoté: Hernández, Sarmiento, Echeverría, Hudson, Ebelot, Stevenson, John Berger, Martínez Estrada, Mansilla. Eran decenas. Creo que la memoria que me quedó de esas lecturas hizo el libro”, cuenta el autor de Miles de años sobre los orígenes de este nuevo título.
Según Becerra, lo curioso del “proceso” a través del cual la vaca llega al mostrador de nuestra carnicería amiga es la indiferencia de nosotros, los carnívoros, por los detalles de esa “cadena productiva”. Y, más tarde, la autoindulgencia de los matarifes. “El noqueador dice que mata el degollador, y el degollador dice que mata el noqueador. Lo cierto es que las cosas están suspendidas en la idea delirante de que a la vaca no la mata nadie porque la que mata es la máquina anónima de la industria”, reflexiona.

Si bien la prosa es la misma, los textos ensayísticos de este autor radicado desde hace varios años en La Plata parecen ir más sueltos y más rápidos que los de ficción. “Me doy cuenta que el texto fluye con más soltura que en mis novelas anteriores. En cuanto a los géneros, creo que la diferencia entre el ensayo y la ficción es la misma que hay entre nadar y bucear. Bucear es una actividad más profunda, más peligrosa y más lenta que nadar. Pero al margen de la comodidad o incomodidad que me pueda producir el momento de la escritura, prefiero siempre la ficción porque es el género que más deseo, y en el que uno encuentra una verdadera experiencia de soledad e intemperie. El ensayo siempre establece diálogos con alguna referencia. En un libro sobre la vaca la referencia es la vaca. Pero qué pasa si esa referencia desaparece y la vaca o lo que sea ya no está. En ese momento el objeto que te ataba a la escritura le deja el lugar al vértigo. A ese vértigo de vacío e incertidumbre lo llamo escribir. Lo otro es escribir ‘sobre’ algo”, dice Becerra en una rápida y clarísima clase sobre dos géneros literarios.
Su próximo libro significará un retorno a la novela larga. Saldrá bajo el título de El espectáculo del tiempo. “Es la historia del tiempo individual del personaje que narra la mayor parte del libro. Pero ese tiempo individual no es de ninguna manera un tiempo biológico: llega más acá y más allá de él. El tiempo en el que transcurre la novela va del Big-bang al Big-crunch. Hay hechos banales de una vida cualquiera, pero también un tiempo futuro que el protagonista no va a vivir, y un pasado que tampoco vivió pero que le da la identidad del nombre y el cuerpo. Todo gira alrededor de ese narrador cronofóbico que puede ver el tiempo”, adelanta.

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