Mp3

Mireille Londero, secretaria en la oficina central de la Poste, 44 rue Vaugirard, Montparnasse. Dos horas después, Nicolas Dujardin, técnico de la Siemens, en el metro Louise Michel, Levallois Perret. Entre medio, un café en los alrededores de Saint Lazare. Preparé la clase en una terraza soleada que da a los fondos de un parque. Pedi, como siempre, un allongé. (La semana pasada, al pedir otro allongé en el café en que paro antes de entrar a los cursos de la Poste, el dueño del bar me aclaró: “Les allongés au Pere Lachaise”).
Pero hoy a la tarde, al advertir que el estampado de las mesas de esa terraza quería remedar las tablillas de madera de una mesita de jardín, sentí la tristeza correr por mi cuerpo. No se presentó una tristeza entera, erguida, que me demostrara todo su peso torciéndome la voluntad de estar contento. Fue la breve constatación de que ella estaba en mí, presente, quizás despreocupada y, como yo, disfrutando del ocio que permite un trabajo así.
Salí del café y me calcé el Mp3. Pasé de Dylan a Entre Rios, un poco de Horace Andy. Entre Rios, poco, esta bien.
Al entrar a Saint Lazare tuve otra constatacion triste. Me di cuenta de que estaba ausente del ruido ambiente porque me tropecé con una señora que me quiso sobrepasar en la escalera mecánica. Entonces alcé la vista y comencé a ver a mi alrededor, con la música en los oídos. No es novedad, perfecto: la gente con walkman es una pintura bastante gastada de las últimas tres décadas. Pero al ver esa procesión de auriculares de muchos tamaños, mínimos, gigantes, aparatosos o disimulados –y que en mis oídos siguiera sonando la musiquita evasora-, y ¡sobre todo al ver las expresiones, los rostros adaptados a la melodía!, tuve la sensación de cohabitar un mundo de autos que marchan sin conductores, o con conductores evadidos, alienados, automatizados. Por un instante fui presa de un principio de ataque de pánico. Lo único que hice fue quedarme quieto y sacar los auriculares de mis orejas. Logré dar los pasos suficientes hasta subir al vagón de la línea tres. Por suerte había varios asientos libres. Elegí uno y me senté a respirar profundo hasta calmarme un poco. Creo que, como siempre, luego de entender que todo eso estaba pasando afuera mío, es decir, afuera del adentro mío, y que aquel adentro era el mejor de los lugares en un mundo tan horroroso, volví a ponerme el reproductor de Mp3 en las orejas.

1 commentaires:

fernando sdrigotti dijo... / 2:12 a. m.  

Me gusta mucho.
El año pasado tuve un episodio similar: cansado de leer apuntes de la facultad en el tren, decidí repartir esas dos horas diarias entre otros momentos (por ej horas de sueño) para poder viajar sin distracciones alienantes. Funciona muy bien prestar atención al espectáculo urbano.
Hoy, por ejemplo, viajé sin muletas y descubrí un sin número de lugares ocultos en los rostros de mis compañeros de Tube.

Subí otro post sobre Joy Division a pedido suyo.

Saludos.

F.S.